Horacio Armani

Al comentar uno de los excelentes libros de Horacio Armani -Los días usurpados- Antonio Requeni habla de él como de un poeta de "aquellos que funden obra y vida en un único y trascendente testimonio".
Es que, realmente, Armani, dueño de una impresionante capacidad de expresar -con esa magia del lenguaje creador de la poesía, con esa vibración etérea- los confines misteriosos del encuentro y las perplejidades angustiadas de su fracaso, es testigo cabal y relator fiel de la vida del hombre, de la esperanza que la construye y convoca, del dolor que la desgarra, del amor que la recupera.
Artífice de obras encantadoras, Esta luz donde habitas, La vida de siempre, La música extremada, Conocimiento de la alegría, entre muchas otras. Armani ha contribuido también en libros y desde el diario La Nación de Buenos Aires, a la difusión de la obra de excelentes autores extranjeros (como Eugenio Montale, por ejemplo), revelando los vínculos profundos que la poesía traza cuando se compromete en la búsqueda de esa región anhelada del diálogo en la que el ser humano consigue plenamente ser él mismo.
Precisamente de su libro Los días usurpados (Buenos Aires, 1964), hemos tomado este delicado soneto que al referir la ausencia, describe el fugaz espejismo de un ámbito de amor circunscripto a una soledad de dos y su entrañable recuerdo.

Porque  amábamos tanto los veranos

Porque amábamos tanto los veranos
llenos de sol, de cantos y de río
nos pareció que nunca iba a se frío
el cielo que apretaban nuestras manos.

Nos pareció que andando por los llanos
entre las hierbas  altas y el estío
huíamos del mundo y su vacío
rostros iguales y destinos vanos.

Nos pareció que nunca acabaría
aquel amor total desesperado,
aquel largo esplendor desconocido.

Ahora, amor, mi amor, que no daría
por recobrar de nuevo, arrodillado,
la vida, aquel verano, que he perdido.