Muchacha entre naranjos
Le gustaba quedarse, sintiendo en torno suyo
el olor de naranjos de la plaza asuncena
cuando el viento del río quebraba levemente
los delgados azahares, la flor recién abierta
y pájaros azules llenaban todo el aire
de clara primavera.
La recuerdo en las calles, en las tardes y el viento
y en todas las veredas
y siento que la miro
en el color bermejo de la luz en la tierra
cuando el árbol y el agua se juntan por el aire
y el Paraguay rezuma coloradas luciérnagas.
Yo no sé si tendría naranjos en los pechos
o flores perfumadas cubriendo su cadera
pero sé que la quise coronada de azahares
mezclada entre las ramas, oliendo a fruta fresca
con los brazos cargados de naranjas rojizas
y la cintura suave como una flor abierta.
Un día, si algún día, me convirtiera en pájaro
me iría en algún viento volando hasta su tierra
y le daría un beso cargado de naranjos
en medio de aquel cielo paraguayo de estrellas.
Hasta que el alba roja, mojando todo el campo
encendiera su cara y apagara mi pena
y un sueño suyo y mío nos llenara los ojos
con naranjales nuevos, perfumados de fiesta.
(Antiguo amor. Ed. Vinciguerra, 2006)