Fernando Boasso S.J
El rostro descubierto del misterio del hombre

Segunda edición revisada y aumentada. Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1989.

Leer la obra del padre Boasso es transitar los caminos de la antropología teológica de la mano de un pensador profundo.


Con un compañero de viaje así todo se vuelve sorprendente, conmueve y hace meditar.

Es un universo, inagotable de contenidos y significaciones estéticas, éticas, religiosas, el que se abre.

Con palabras muy claras (la claridad en las palabras sólo es patrimonio de quienes sienten y piensan claramente), en un orden lógico impecable y hasta en un cuidadoso crescendo, el misterio del hombre va mostrando su rostro y revelando sus dimensiones absolutas.

El padre Boasso es un caminante. No demasiado distinto de Atahualpa Yupanqui, poeta y cantor sobre el que ha escrito y a quien admira.

Como él trata de descifrar los caminos de la existencia.

Sólo que lo hace con instrumentos aún más complejos que la canción o la copla, cuando el andar necesita desplegarse junto a la teología y al pensamiento riguroso.

Es un caminar buscando al hombre, su rostro, su significado, su libertad, gracia y destino.

En él, una tras otra van surgiendo delicadas cuestiones: la pregunta sobre el hombre, que “afecta directamente al mismo hombre que interroga...”, desborda su propio saber, “lo rebalsa y lo proyecta al infinito...”
 “Ocurre como si el hombre no cupiese en el hombre...”.

Del misterio se proyectan sin embargo, algunas nacientes certezas: la del viaje mismo, la del existir haciéndose. La de ser sujeto, la del abrirse, la del autotrascenderse.

Y luego, una última más alta e indirimible: la de la llegada final, que el libro reconoce, desde su emocionada dedicatoria.

En una de las primeras páginas, el padre Boasso escribe:
 “en algún espejo veamos quizás nuestro rostro descubierto y el misterio del hombre aparezca como el universo más fascinante del viajero en pos de una esperanza infinita. Entonces la luz de la noche servirá de contraste para resaltar la luz de nuestro misterio”.

Hacia el final, aparece la respuesta:
 “todos los velos serán corridos. Con el rostro descubierto el hombre se encontrará con su propio misterio comprendiendo el exceso de su propia verdad en la Verdad del Señor resucitado. Cristo, el camino en la historia ahora será infinita Verdad y Vida.”.
Y entonces el lector descubre junto a su rostro y el rostro de Boasso y el rostro del otro (de todo otro), que este libro es una inmensa y maravillosa parábola de esperanza.

El padre Boasso ha construido una excelente antropología en la idea cristiana.

Es decir, en los misterios más profundos sobre los que el cristianismo se construye: creación, encarnación, redención, resurrección...

Una antropología distinta totalmente de la concepción existencialista del hombre absurdo, que no podía encontrar una esencia más allá de la existencia y apelaba a todas las experiencias posibles de la libertad para sobrevivir al desconcierto.

Distinta también de un deísmo sin cercanía ni providencia, con un Dios inaccesible, infinitamente alejado de su propia creación.

Distinta, por último de ese secularismo que termina cargándose de ídolos, para suplir la ausencia del Dios vivo y verdadero.

En una antropología así, los temas son tratados en estrecha ilación con el misterio escatológico: no para disminuir la intensidad del valor de la existencia terrena, sino más bien para comprenderla y proyectarla en la plenitud de sus posibilidades y riquezas.

Y de ese modo: la palabra, la llamada, la libertad, la autoconciencia, la dignidad, la persona, el ser histórico, el pecado van emergiendo como escorzos de una realidad profunda.

Los párrafos últimos plantean propuestas sobre un tema especialmente complejo: amor y justicia, a los que corona un logrado final sobre el sentido último del amor y comunitario en la humanidad salvada y recreada.

El libro del padre Boasso es hermoso y profundo. La riqueza de las citas, las transcripciones perfectamente logradas, la sugerencia de los temas, lo hacen especialmente valioso.

Se podrá coincidir o no con algunas de las interpretaciones propuestas (la más polémica seguramente es la relativa al modo de ser del hombre americano, en la que parecieran haberse ontologizado circunstancias accidentales de pobreza coactiva, que Puebla condenó expresamente).

Pero no podrá dejar de saludársela sino como a una obra plena, que – y a pesar de la extraña advertencia contenida en la página 11- merece ser leída y releída totalmente.