lunes, 2 de junio de 2014

Fenomenología del Derecho Natural, de W. Luypen (*)


Siete capítulos que van desarrollando esta temática: El dilema que siempre se repite (I), Teorías sobre la naturaleza de la conciencia humana del derecho como fuente del orden jurídico (II), Teorías relativas al origen religioso de la conciencia humana del derecho y del orden jurídico (III), La doctrina tomista de la ley natural (IV), Ideas fundamentales de la fenomenología existencial (V),  La justicia como forma antropológica de coexistencia (VI), y el Derecho natural y el orden jurídico (VII), despliegan la inmensa preocupación de referir el derecho al significado dialogal de la existencia: es decir, de interpretarlo conforme al sentido de un hombre que es, a la vez proyectivo, dialógico y ético, con todas las aperturas y conflictos que estas dimensiones conllevan.

En el marco de una propuesta así, Luypen construye una excelente fenomenología del derecho, internamente ligada a una antropología existencial. “…toda filosofía del derecho es siempre una fase de una antropología filosófica…”, escribe. “…En nuestra época, son especialmente las implicaciones de la antropología fenomenológica las que suscitan nuevas esperanzas y posibilidades para la filosofía del derecho…” (p.115).

Esta decidida reflexión sobre el derecho desde el hombre no desde Dios, o desde alguna idea totalizadora, lo lleva a discrepar, sutil e intensamente, tanto con el tomismo de raíz aristotélica como con el idealismo platónico. (En orden a estas discrepancias, el capítulo IV del libro constituye una cuidadosa exhibición de puntos de conexión y de distancia entre los resultados de una filosofía cristiana dialógica como la que propone Luypen y los que derivan de pensamientos filosóficos que por siglos se han constituido en basamento de la concepción cristiana del derecho en occidente). Pero esa discrepancia no se trasunta en antagonismo, sino, antes bien, en una delicada integración, en la que las vertientes clásicas parecen liberarse de algunos reduccionismos y parcializaciones y se abren, fluyentemente, hacia una visión más humanista del hombre y de las cosas que el hombre ambitaliza.

La existencia es una coexistencia. “El sujeto que como cogito existe en el mundo cultural es evidentemente coexistente. Otros hacen que me sea posible percibir un significado tan simple como el de silla. Lo hacen antes que nada, por la forma en que los veo comportarse con respecto a una silla…” (p.154). También por el lenguaje, y el querer y el hacer. “…Es un hecho inequívoco que no se puede entender ningún aspecto de la existencia humana, sea a nivel del cogito del volo o del ago, a menos que reconozcamos que otras existencias están presentes en él”. (p. 166).

Pero la coexistencia, que asume variadísimas formas de concreción, admite alternativas éticas (el amor, el odio, la justicia) que pueden realizarse dentro de cualquiera de ellas. “Amor, odio y justicia no son per se idénticos a ninguna forma sociológica particular de coexistencia, pero parecen capaces de realizarse dentro de cualquier forma sociológica de coexistencia. Su realidad parece depender de circunstancias distintas de aquellas de las que depende la realidad de las formas sociológicas del ser-nosotros…” (p. 167).

“De esta manera el hombre aparece ante sí mismo como realidad particularmente paradójica. Por un lado, es disposición para destruir la subjetividad del otro… Por otro lado se siente destinado al otro; al actuar de acuerdo con este destino se lo denomina amor…” (p.189).

En la bivalencia de esa contradicción aparece la justicia, que es “…la exigencia mínima de amor”, “el…mínimo de mí si ….a la subjetividad del otro”, “…un sí que exige mi existencia como tener que ser para el otro…” o formulada de modo negativo, “…la lucha contra la violación de la dignidad del hombre”, tanto en relaciones directas como en estructuras económicas, sociales y políticas, con la voluntad de promoción que significa querer al otro como sujeto (pp. 189 y 190).

Es importante señalar sin embargo que esa justicia, para Luypen, “…varía sus límites constantemente, puesto que el mismo amor no conoce límites…” (p.200).

Se vuelve indispensable en consecuencia, trazar cierta referencia de objetividad que, sin caer en un realismo alejado del sujeto cognoscente, avente también el relativismo y el escepticismo que le es afín.
Luypen busca esa referencia en lo que llama el “genio ético” que es, en rigor, una referencia casi plástica al desvelamiento progresivo  de lo verdadero (pp.200 y ss).

“El genio ético, es decir…los héroes y santos…al principio están solos…pero…tienen una tarea de mediadores…”. “…Hacen que a los otros les sea posible ver lo que ellos mismos ven” (p.204).

Esta progresiva revelación de la verdad lleva a que la existencia humana como coexistencia quede traducida ahora en la justicia a términos éticos, configurando de ese modo el núcleo del derecho natural: expresión ésta que, a pesar de su manifiesta ambigüedad, Luypen prefiere seguir usando, por razones especialmente tradicionales.

Así la obra. Una permanente actitud de confrontación con el positivismo (a veces de un esquematismo un tanto excesivo pero no por ello menos válida); una impresionante vehemencia al defender sus posiciones; análisis críticos minuciosos; su controvertida –y controvertible- tesis sobre el “genio ético” que anticipa y vislumbra la solución jurídica; su claro sentido de que “ser hombre es ser prójimo”; pero y por sobre todas las cosas: la originalidad de un pensamiento por momentos desbordante, hacen de esta obra de Luypen un ámbito precioso para la reflexión acerca del derecho.

Con ella se puede coincidir o discrepar (no es difícil pasar por uno y otro extremo cuando las cosas se plantean tan radicalmente) pero sería imposible no reconocerle un lugar destacado en el pensamiento que concibe a la filosofía del derecho como una interpretación del fenómeno jurídico internamente ligada a la interpretación del sentido de la existencia del hombre.

Además de la comentada, Luypen ha escrito otras varias obras concernientes a los temas de la existencia y del derecho. Traducidas al castellano merecen destacarse: Fenomenología existencial y La fenomenología es un humanismo, escritas todas ellas siendo Luypen profesor de Filosofía en la Universidad de Duquesne.


(*) Traducción del original neerlandés por Pedro Martín y de la Cámara. Ed. Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1968.