martes, 4 de diciembre de 2018

Diálogo
III
H.N.


Sobre el poder y la violencia

1. Poder y violencia son modos de relación interpersonal ocurridos a lo largo de la historia en todos los tiempos y pueblos.

Su vigencia actual es muy grande, al punto que podría referírselos como dos formas típicas de comportamiento en las sociedades contemporáneas.

Desde la perspectiva humanista, y más allá de sus variados matices y configuraciones, constituyen negaciones del diálogo.

La dimensión de apertura recíproca, de comprensión entre los seres personales, que se revela en los momentos del respeto o del amor, queda aquí desplazada y, en algunos casos, hasta obturada de manera total.

¿Por qué el hombre cuya existencia es coexistencia, que necesita de la presencia y realidad del otro para ser, rehúye de ese encuentro, se afirma en una soledad de lejanía, vuelve al otro distante, abarcable, numerable (por eso mismo desechable), privándose y privándolo de los significados profundos que el encuentro propone?

Esta es una pregunta difícil de contestar, sobre todo si se la religa a un mundo creado por el amor de Dios.

Por el momento y sin que esto importe desmerecer otras respuestas que desde la psicología, la sociología y la economía han tratado de resolverla (y descifrar y desbaratar el enigma que encierra) podría decirse que se trata de un suicidio de la libertad, uno de los rasgos esenciales de lo humano.

(Un problema adicional, no menor, es que se trata de un suicidio que adquiere muchas veces un carácter gozoso para quien lo realiza).


2. Si el derecho como orden de respeto configura el diálogo desde la idea de igualdad (todo ser personal más allá de sus cualidades o accidentes es igual a todo ser humano), poder y violencia se asientan sobre la idea de desigualdad.

En el poder, alguien manda y alguien obedece.

En la violencia, alguien daña o destruye y alguien es dañado o destruido.

Uno y otro caso perfilan relaciones de supremacía y oclusión del ser personal y, en consecuencia, proponen en la negación del diálogo que implican magnitudes desiguales.

Una sociedad de poder o violencia es una sociedad de discriminaciones, segregaciones, apartamientos.

Puede llegar a serlo en forma total, si el amor y el respeto no consiguen enfrentarlas.

Amor y derecho por un lado, poder y violencia por el otro, actuando como principios operantes, son signos de una contradicción profunda.


3.  El tema del poder ha suscitado numerosas reflexiones.

Me referiré por lo menos a dos de ellas, que reflejan los aspectos más notables de su conformación.

La que expresa su tendencia a la expansión y la que indica la necesidad de aquiescencia del sometido.
 

4. La expansión

La tendencia del poder a su expansión (y esto vale en sus notas cuantitativas y cualitativas) merece que sea considerada especialmente, ya que excede una situación ocasional y se revela como una necesidad interna.

(Esta necesidad interna se da también en las relaciones del amor y el derecho (bonum est diffusivum sui), pero al configurarse aquí una verdadera cosificación del otro, esta expansión asume un particular patetismo).

En un sentido cuantitativo el poder se extiende tratando de lograr una proyección individual o grupal cada vez mayor.

Esto vale para todos los contenidos posibles del poder (económico, político, militar…).

Cabe hacer notar a este respecto que quienes ejercen el poder pueden ser uno solo o varios.

Y que el número de quienes están sujetos a él es igualmente contingente.

Pero en todos los casos se da como tendencia expansiva que lleva a ampliar la cantidad de sometidos (como ocurre en el colonialismo o la anexión territorial). O el equivalente de reducir el número de quienes ejercen el dominio (como en el monopolio y la abolición de la competencia).

Modos uno y otro de alcanzar su expansión por las vías de multiplicación o de concentración.
(Aristóteles lo explicaba claramente desde una perspectiva política, al referirse a la posible conversión de las formas puras en formas impuras de gobierno).
 

5. Aquiescencia del sometido

Otra de las notas características de la relación de poder la constituye su aceptación por el sometido.

Es decir que concurren aquí dos voluntades: la de mando y la de obediencia.

El que manda quiere mandar y el que obedece quiere obedecer.

Las razones que llevan a una convergencia así pueden ser múltiples.

Desde una elemental mayor fuerza física o de una amenaza con armas (como la que puede ocurrir en ocasión de un delito) hasta la existencia de estructuras económicas, políticas o militares que respalden ciertas situaciones estables, que llevan a mandar y a obedecer.

Esta situación se da en todos los casos con rasgos equiparables, más allá de la magnitud de la proyección. Lo que permite hablar de la unicidad del poder en cualquiera de sus expresiones.
 

6. Una circunstancia que no puede desestimarse como razón de obediencia es la que, en el poder político, mando y obediencia suelen ser exaltados ideológicamente.

La afirmación de que en una sociedad reinarían la inseguridad y el caos en el caso de que no existiera un poder organizado que la dirigiera y gobernara, orientada desde niveles constantes de publicidad, lleva a la constitución de un fuerte respaldo superestructural de legitimidad.

Lo mismo sucede (aunque se defina y proyecte desde modos y consignas diferentes) con el poder económico, empresarial o sindical.

O con muchos otros, en los que su vigencia social se afirma propagandísticamente.

En cierto momento se incorporan a las convicciones sociales como naturales e inevitables las ideas de regencia, superioridad o privilegio y correlativamente, las de acatamiento, obediencia o pobreza y es muy difícil apartarse de ellas. Su oposición puede llegar a demandar el sacrificio personal o grupal.


7. Ocurre, sin embargo, que en algún momento histórico, la voluntad de sumisión desaparece y se rompe la convergencia del mando con la obediencia.

Es decir que aquel que obedecía o a quien se le exige obedecer, no quiera hacerlo o no quiera seguir haciéndolo más.

En ese caso el poder se extingue y se abre paso a un nuevo tipo de relación: la violencia.

En situaciones así la violencia puede definirse no solo como la ruptura de un diálogo sino también como levantamiento contra alguna forma de poder.

Subyace en ella un diálogo que no consigue encontrar los cauces de su realización, o un poder que ha fracasado.

Muchas veces en la historia una relación de poder exhausta ha sido determinante de realidades violentas. Como cuando la aquiescencia del dominado desaparece y el poder político se vuelve insoportable. Las guerras de la independencia constituyen un ejemplo notable de ello.

Una episodio similar puede darse y ocurre también en el plano económico y en situaciones circunscriptas a grupos reducidos (familiares, sociales).


8. Como en el caso del poder la violencia reconoce configuraciones múltiples. Pero, como con el poder, la unicidad de su significado permite identificarla en espacios o contenidos disímiles, más allá de su configuración cuantitativa o cualitativa.

A veces la violencia sucede en dimensiones personales o geográficas limitadas. Otras veces abarca a todo un pueblo.

También su magnitud puede ser diversa e ir desde un episodio momentáneo, mínimo, hasta situaciones de extrema gravedad, como ocurre con la tortura o la guerra.

Se trata siempre de lastimar al otro, de desconocerlo como persona.


9.  Tanto el poder como la violencia conforman un orden.

Un orden de contenidos distintos y hasta opuestos a los del amor y el respeto.

Pero desde una perspectiva formal llevan a que las personas se avengan a sus respectivos lineamientos estructurales (mando y obediencia en un caso, daño y destrucción en el otro).


10. Cabe señalar sin embargo, en lo que atañe a la violencia, su imposibilidad de mantenerse como orden estable.

La destrucción del otro que conlleva termina toda relación, la ciñe por eso mismo a su propia dilución.

Concluida la faz violenta las sociedades recuperan el diálogo perdido. O vuelven a una anterior sumisión al poder.