lunes, 3 de septiembre de 2012

Agradecer-Agradecimiento
H. N.


La cultura de la modernidad condujo a una fuerte acentuación de la idea de cambio.

Las cosas se dan o se reciben a cambio de algo. Es el reino del contrato, la contractualización de todos los aspectos de la vida.

Contrato social, contrato matrimonial, contrato mercantil. Todo es dar y recibir.

En esa región casi ningún lugar queda para lo gratuito.

El contrato moderno asocia además cambio con autonomía.

Junto a la magnitud fija del cambio está su diverso contenido: las partes deciden el modo y la proporción en que las cosas (o los individuos) se cambian.

Por eso el contrato propone una situación tensa: su celebración exige obrar con la debida diligencia y cuidado para que la autonomía se asocie con el sentido del cambio y no lo desvanezca.

Se da a cambio de algo. Se cuida lo que se da y recibe. En esa región casi ningún lugar queda tampoco para la confiada entrega.

De ese modo, todo agradecimiento desaparece. Sin nada gratuito, sin entrega confiada, agradecer es imposible.

La misma palabra que lo nombra desaparece de los textos del derecho y la justicia queda desplazada hacia regiones diversas y distantes. El derecho y la justicia son lo debido al individuo. Se reclaman y exigen. Nada se da o se agradece.

A poco que se medite se advierten sin embargo las groseras simplificaciones de este esquema y sus extenuantes consecuencias.

No todo es contractual. El contrato es un protagonista meramente posible de la vida del hombre. Resuelve bien algunas cuestiones del desplazamiento económico de bienes y servicios. Otras cuestiones son internamente ajenas a su realidad lineal y coactiva: la fe, la amistad, la familia, la cuestión social.
Absolutizado, se vuelve abrumador: desfigura y empobrece todo el sentido de la existencia.

Tampoco todo es la delicada tensión de la diligencia contractual. El debido cuidado sobre el comportamiento del otro, el resguardo ante actitudes que pueden darnos o desbaratar nuestra ganancia, resultan reglas de juego indispensables en una estructura de intercambio.

Pero desconciertan y ofuscan toda la dimensión humana si se las trata de universalizar.

El otro es el que está y viene hacia mí llamándome a existir. Es el que me permite llegar a ser yo mismo. No es posible subordinar todo el encuentro, reducir su milagro y maravilla a la hipótesis mercantil del do ut des.
También el derecho y la justicia deben ser evaluados en términos humanos en los que la gratuidad asume un protagonismo prioritario y decisivo. En su ser más profundo, ni uno ni otro excluyen el sentido de lo gratuito y de la confiada entrega.

Más bien, se afirman radicalmente en ellos.

Agradecer, agradecimiento, son así palabras olvidadas y aun expresamente apartadas en la cultura de la modernidad.

La correlación derecho y diálogo vuelve a proclamarlas: devienen indispensables.

La realidad del hombre que no puede llegar s ser sino junto a los demás, en el amor y en la palabra, recupera su vigencia como la expresión del reconocimiento ante la presencia del otro: o, lo que es lo mismo, ante el don que significa.